Humilla que la riqueza pública sirva para financiar canallas
Un personaje de la muy célebre novela “Conversación en la catedral”, de Mario
Vargas Llosa, se hace la misma pregunta con respecto al Perú. Pero los
dominicanos nos la hemos trampeado en la piel de la decepción desde el siglo
XIX. ¿Cuándo fue que esto se jodió? ¿Por qué esa fría historia circular en la
que todo se repite, como si no pudiera hacerse política de otra manera?
Los partidos políticos no encarnan esencia, están constituidos por seres humanos que cargan sobre sus hombros todas las urgencias de la vil podredumbre de la carne. No hay una esencia perredeísta corrupta, ni existe una esencia peledeísta similar. Lo que hay en el país es la ausencia de un régimen de consecuencias, de instituciones sancionadoras.
Y es por ello que los paradigmas de la impunidad se despliegan en la sociedad como un cortejo vergonzante que se repite una y otra vez. Esto se comenzó a joder desde el siglo XIX, y los partidos políticos tradicionales tienen un enorme peso en este descalabro. ¿No ilustra más que todo, después de las bellas metáforas que sobre sí mismos tejían los peledeístas, la presente crisis por la reforma tributaria, el papel que han desempeñado los partidos, y que consiste en formalizar el desorden social, sustituyendo a las instituciones? ¿No es la sociedad dominicana en estos momentos una sociedad secuestrada por el PLD, que reproduce la trabajosa telaraña en que se ha enredado todo el atraso social de los dominicanos, recorriendo ya el siglo XXI?
Todo el mundo dominicano de hoy es un teatro. Y, por cierto, un teatro de mala muerte. ¿Es esto un país? ¿Es esto una nación? ¿Un solo sarcasmo de Leonel Fernández, vale más que todo el sufrimiento y las privaciones que nos esperan con la reforma tributaria? ¿No estamos en medio de las bacanales salvajes del manigüerismo criollo del siglo XIX? ¿Hay alguien que desconozca que todo cuanto ha ocurrido en el manejo de las finanzas públicas fue un desfalco insolente y brutal? ¿Es posible que el exhibicionismo de los nuevos ricos, emergidos de los gobiernos de Leonel Fernández, se despliegue impune imponiéndonos una historia espantada de personalismo? ¿Y no fue ese mismo hombre quien impulsó una nueva Constitución que, de cumplirse, lo tuviera ahora ante los tribunales? ¿Y esa justicia maniatada, caricaturesca, incapaz de sacudir el sueño de Ulises Francisco Espaillat, tiene voz, tiene bastón de mando para hacer pagar los daños a los depredadores? ¿No está organizado este “país” de tal manera que la corrupción actúa como el cemento invisible que une todas las piezas del tablero?
Si algo nos conmueve todavía es la concepción tan aldeana que tenemos del Estado-nación. Lo que humilla es que en pleno siglo XXI la riqueza pública sirva para financiar canallas que se disfrazan de “líderes” con los fondos públicos. Lo que subvierte es que alguien pueda forjar un grupo económico, desvencijar el estado de bienestar del pueblo, y continuar como si nada hubiera pasado. Lo que apabulla es cómo ante los ojos de todo el mundo le dan categoría de estrategia de Estado a la corrupción, sin ninguna contención ética; y luego de desfalcar a la nación le piden sacrificios, le “imploran comprensión”. Como el tipo aquel del cuento, que mató a su papá y a su mamá, y luego le pidió clemencia al juez porque él era “un pobre huérfano”. La manifestación más descarada del nivel de perversión a que hemos llegado.
Todo el mundo dominicano de hoy es un teatro. Y la obra que representan se llama ¿Cuándo fue que esto se jodió? ¡Y todos saben quién nos jodió! ¿No lo saben los poderes fácticos, los empresarios, los industriales, la iglesia? ¿No lo saben los pobres de solemnidad? ¿No lo pregonan las fortunas que exhiben los comensales hambrientos que tuvieron a la mesa? ¡Oh, Dios! Hay que rechazar ese juego de máscaras que exacerba las incertidumbres de la historia nacional, y nos pone a ver los escombros y los falsos dioses que nos han gobernado.
¿Cuándo fue que esto se jodió? ¿Por qué esa fría historia circular en la que todo se repite, como si no pudiera hacerse política de otra manera?
Los partidos políticos no encarnan esencia, están constituidos por seres humanos que cargan sobre sus hombros todas las urgencias de la vil podredumbre de la carne. No hay una esencia perredeísta corrupta, ni existe una esencia peledeísta similar. Lo que hay en el país es la ausencia de un régimen de consecuencias, de instituciones sancionadoras.
Y es por ello que los paradigmas de la impunidad se despliegan en la sociedad como un cortejo vergonzante que se repite una y otra vez. Esto se comenzó a joder desde el siglo XIX, y los partidos políticos tradicionales tienen un enorme peso en este descalabro. ¿No ilustra más que todo, después de las bellas metáforas que sobre sí mismos tejían los peledeístas, la presente crisis por la reforma tributaria, el papel que han desempeñado los partidos, y que consiste en formalizar el desorden social, sustituyendo a las instituciones? ¿No es la sociedad dominicana en estos momentos una sociedad secuestrada por el PLD, que reproduce la trabajosa telaraña en que se ha enredado todo el atraso social de los dominicanos, recorriendo ya el siglo XXI?
Todo el mundo dominicano de hoy es un teatro. Y, por cierto, un teatro de mala muerte. ¿Es esto un país? ¿Es esto una nación? ¿Un solo sarcasmo de Leonel Fernández, vale más que todo el sufrimiento y las privaciones que nos esperan con la reforma tributaria? ¿No estamos en medio de las bacanales salvajes del manigüerismo criollo del siglo XIX? ¿Hay alguien que desconozca que todo cuanto ha ocurrido en el manejo de las finanzas públicas fue un desfalco insolente y brutal? ¿Es posible que el exhibicionismo de los nuevos ricos, emergidos de los gobiernos de Leonel Fernández, se despliegue impune imponiéndonos una historia espantada de personalismo? ¿Y no fue ese mismo hombre quien impulsó una nueva Constitución que, de cumplirse, lo tuviera ahora ante los tribunales? ¿Y esa justicia maniatada, caricaturesca, incapaz de sacudir el sueño de Ulises Francisco Espaillat, tiene voz, tiene bastón de mando para hacer pagar los daños a los depredadores? ¿No está organizado este “país” de tal manera que la corrupción actúa como el cemento invisible que une todas las piezas del tablero?
Si algo nos conmueve todavía es la concepción tan aldeana que tenemos del Estado-nación. Lo que humilla es que en pleno siglo XXI la riqueza pública sirva para financiar canallas que se disfrazan de “líderes” con los fondos públicos. Lo que subvierte es que alguien pueda forjar un grupo económico, desvencijar el estado de bienestar del pueblo, y continuar como si nada hubiera pasado. Lo que apabulla es cómo ante los ojos de todo el mundo le dan categoría de estrategia de Estado a la corrupción, sin ninguna contención ética; y luego de desfalcar a la nación le piden sacrificios, le “imploran comprensión”. Como el tipo aquel del cuento, que mató a su papá y a su mamá, y luego le pidió clemencia al juez porque él era “un pobre huérfano”. La manifestación más descarada del nivel de perversión a que hemos llegado.
Todo el mundo dominicano de hoy es un teatro. Y la obra que representan se llama ¿Cuándo fue que esto se jodió? ¡Y todos saben quién nos jodió! ¿No lo saben los poderes fácticos, los empresarios, los industriales, la iglesia? ¿No lo saben los pobres de solemnidad? ¿No lo pregonan las fortunas que exhiben los comensales hambrientos que tuvieron a la mesa? ¡Oh, Dios! Hay que rechazar ese juego de máscaras que exacerba las incertidumbres de la historia nacional, y nos pone a ver los escombros y los falsos dioses que nos han gobernado.
¿Cuándo fue que esto se jodió? ¿Por qué esa fría historia circular en la que todo se repite, como si no pudiera hacerse política de otra manera?
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