La locuacidad del senador Wilton Guerrero es antológica. Recuerdo que en noviembre del 2009 escribí que las autoridades podían ahorrarse la recompensa ofrecida a quien ofreciera datos para encontrar a Sobeida Feliz Morel, entonces desaparecida, o simplemente hacer lo justo entregándosela al senador por la provincia Peravia, quien había dicho, según lo reseñó la prensa en esos días, que la perseguida había abandonado el país en un jet privado escoltada por militares.
Me preguntaba entonces las razones de que no se hablara con este reputado miembro del Congreso para dar por terminado el caso.
Existían dos posibilidades: o el congresista hablaba por hablar contribuyendo con ello a complicar la situación o disponía en cambio de tantos datos esclarecedores que pudieron haber existido razones para no escucharle, lo cual equivaldría a mantener el caso dentro de un absoluto misterio.
En base a este último razonamiento, podía llegarse a creer que la presencia de la señora Feliz Morel sería inoportuna para militares o civiles en posición de quedar seriamente comprometidas si esta señora hablaba.
Sorprendía, sin embargo, que ante una afirmación tan tajante, como aquella de que la desaparecida huyó con la ayuda de militares, de las que se retractó una semana después, las autoridades no se acercaran al senador banilejo en la búsqueda de indicios que les permitieran cumplir con las instrucciones del presidente de la República para resolver el caso.
Situación que resaltaba los débiles mecanismos de vigilancia del crimen organizado y el alto nivel de complicidad que había encontrado en estamentos del Estado.
Alrededor del caso existía en aquellos lejanos días mucha confusión y escepticismo. Las autoridades, incluyendo al locuaz senador, habían perdido tanta credibilidad que pocos les creerían aún cuando dijeran que el planeta es redondo y gira alrededor del Sol.
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