Cuando leí, el pasado viernes 28, la nota sobre la entrega de dos teleras a los miembros de la guardia presidencial para su cena de año nuevo me quedé estupefacto, sin saber cómo calificar esa afrenta.
Al rato, me pregunté: ¿se corresponde eso con la promesa de Danilo Medina de hacer lo que nunca se ha hecho? La verdad es que no recuerdo que eso se haya hecho antes allá. Además, dudo que en cualquier otro país civilizado del mundo los guardias palaciegos sean formados para recibir, por orden del presidente al cual cuidan, dos panes vacíos para que cenen con ellos tres días después.
Pienso que el acto fue ridículo y degradante por demás. Pero lo que yo piense o no piense no es importante. Importante sería conocer lo que sintieron Danilo y su séquito al observar desde sus oficinas a los guardias, correctamente formados, sumisos y obedientes, haciendo el saludo y tronando sus botas ante el par de teleras.
¿Les satisfizo el indigno espectáculo a Danilo? ¿Cree que su dádiva lo enaltece y hará que lo miren como un presidente piadoso con quienes le cuidan? ¿No pensó que es una injusticia de todo el tamaño entregar, a pleno sol, un par de teleras a hombres que por 5,000 pesos al mes tienen por misión potencial entregar sus vidas para salvaguardarlo a él, mientras que a cada uno de los recoge pesos por millones del congreso les envió, sin que tuvieran que salir de sus refrigeradas oficinas, 200 canastas navideñas? ¿Puede hablar de equidad ante sus gobernados un presidente que reparte de esa manera tan desigual los dineros del Estado?
Las preguntas pueden ser interminables, pero sé que no recibiré respuesta, así que me limito a una más: ¿no hubo nadie en el Palacio Nacional que le dijera a Danilo que cualquiera con dos dedos de frente vería como degradación a los guardias formarlos para entregarles dos teleras, que perfectamente pudieron entregarse durante el chao? Porque nadie puede negar que la miserable entrega fue una humillación para los guardias y una ridiculez del presidente. Sólo en la República Dominicana de hoy, donde ya nada asombra, puede ocurrir un escarnio de ese tenor y pasar “desapercibido” para la mayoría de la prensa.
Ni modo, voy a despedir esta columna de fin de 2012 deseando que Usted viva el 2013 como el mejor año de su vida, junto a su familia y a todo el pueblo dominicano. Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones, y se apiade de la República Dominicana.
Rafael Calderón. Periodista dominicano residente en Nueva York
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