Son siete las reformas fiscales del PLD; la exacción es
insoportable
La clase media dominicana actual surgió de una estrategia de la
contrainsurgencia. Fue labrada, pensada e impulsada, poco después de la muerte
de Trujillo, y como resultado del espíritu levantisco que se regó al final de la
Revolución de abril del año 1965. La clase media es parte de la aventura
espiritual de la dominicanidad, y ha representado su papel en la historia
reciente como baldón o gloria, desplegando la experiencia de su propia
perdición.
Esa pequeña burguesía de la clase media es mezquina y gloriosa al mismo tiempo, puede morir por un ideal y puede ser traidora, puede desaparecer en las cárceles luchando por la libertad y puede ser también el carcelero, pueden caer cazados como bestias en el asfalto, o se pueden vender agobiados en el sopor pestilente del traidor; se pueden entregar, domesticado el escozor de las antiguas subversiones; o vivir en las crepitaciones de la altivez que conserva el sueño de igualdad y justicia que los devoraban. En fin, la clase media dominicana es muchas cosas al mismo tiempo.
Pero si hay algo que ha desempeñado con eficacia este segmento de clase es su papel de colchón social, de amortiguador eficaz de las grandes diferencias sociales acumuladas en los siglos de inequidad que hemos vivido. Cuando el gobierno trujillista cayó la sociedad dominicana se había frisado por completo.
Desde el año 1955, con motivo de los enormes gastos que conllevó la celebración del veinticinco aniversario del régimen, la economía se había deteriorado de tal forma que la movilidad social se estancó bruscamente. Si a principio de la “Era de Trujillo”, en el 1930, el inicio de su gobierno propició una gran movilidad social, al final de la era el estancamiento era lo característico.
Lo que la revolución de abril de 1965 va a dejar bien claro es que la armonía social de los dominicanos dependerá de que esa brecha social se cierre, y de que surja una clase media que amortigüe el impacto de la polarización en que el trujillismo había dejado el país.
Entonces apareció el capital financiero, se democratizó la educación superior, emergieron los sindicatos, las ideologías, los partidos políticos, y se fue creando una pequeña burguesía, una clase media, que ha sido el sustento, para bien y para mal, de toda la estabilidad social. Ahora esa clase media atraviesa la incertidumbre de su propia existencia, está amenazada, casi condenada, a desaparecer. Y sus verdugos son, precisamente, otros pequeños burgueses, a quienes Juan Bosch estudió, y predijo lo que harían si reproducían en el poder los vicios de origen que arrastraban consigo. Son siete las reformas fiscales del PLD, la exacción es insoportable.
La clase media ya no puede mantener el nivel de vida, y se desliza imparable hacia la fosa sin fin de la proletarización, arrastrando consigo a los sectores más empobrecidos. Y eso es una bomba de tiempo. Sin ese colchón social la sociedad dominicana entra en una etapa de inestabilidad que incrementará la delincuencia, la corrupción, la búsqueda desesperada de aliciente para la reproducción de la vida material.
Nadie como Juan Bosch dedicó tantas horas de estudios y tantos análisis, para sacar a flote la particular naturaleza del segmento de clase pequeño burgués, e incluso escribió un libro “La pequeña burguesía en la historia de la República Dominicana”, y ordenó su compleja estratificación. Y ese particular interés traducía lo que habría de venir, configuraba la angustia de la que no se podía escapar, si al final de cuentas, en el partido que él estaba construyendo, justamente con pequeños burgueses, terminaba imponiéndose el señorío ideológico de este grupo caracterizado por la necesidad afanosa de ascenso social y riqueza.
Por eso su desdén por el poder del dinero, que Leonel Fernández puso en el centro de su liderazgo, y por eso advertía sobre lo que llevaba a la corrupción: “Las condiciones adecuadas para que se produzca un estado de corrupción, es darles a los que manejan dinero que no es suyo autorización para que dispongan de él cuando quieran y como quieran”,- exclamaba Juan Bosch-.
Pero eso es exactamente lo que ha ocurrido en los gobiernos de su discípulo, que la corrupción se tragó el progreso; y por lo que ahora la clase media, ese colchón social imprescindible, prefigura su ocaso.
Esa pequeña burguesía de la clase media es mezquina y gloriosa al mismo tiempo, puede morir por un ideal y puede ser traidora, puede desaparecer en las cárceles luchando por la libertad y puede ser también el carcelero, pueden caer cazados como bestias en el asfalto, o se pueden vender agobiados en el sopor pestilente del traidor; se pueden entregar, domesticado el escozor de las antiguas subversiones; o vivir en las crepitaciones de la altivez que conserva el sueño de igualdad y justicia que los devoraban. En fin, la clase media dominicana es muchas cosas al mismo tiempo.
Pero si hay algo que ha desempeñado con eficacia este segmento de clase es su papel de colchón social, de amortiguador eficaz de las grandes diferencias sociales acumuladas en los siglos de inequidad que hemos vivido. Cuando el gobierno trujillista cayó la sociedad dominicana se había frisado por completo.
Desde el año 1955, con motivo de los enormes gastos que conllevó la celebración del veinticinco aniversario del régimen, la economía se había deteriorado de tal forma que la movilidad social se estancó bruscamente. Si a principio de la “Era de Trujillo”, en el 1930, el inicio de su gobierno propició una gran movilidad social, al final de la era el estancamiento era lo característico.
Lo que la revolución de abril de 1965 va a dejar bien claro es que la armonía social de los dominicanos dependerá de que esa brecha social se cierre, y de que surja una clase media que amortigüe el impacto de la polarización en que el trujillismo había dejado el país.
Entonces apareció el capital financiero, se democratizó la educación superior, emergieron los sindicatos, las ideologías, los partidos políticos, y se fue creando una pequeña burguesía, una clase media, que ha sido el sustento, para bien y para mal, de toda la estabilidad social. Ahora esa clase media atraviesa la incertidumbre de su propia existencia, está amenazada, casi condenada, a desaparecer. Y sus verdugos son, precisamente, otros pequeños burgueses, a quienes Juan Bosch estudió, y predijo lo que harían si reproducían en el poder los vicios de origen que arrastraban consigo. Son siete las reformas fiscales del PLD, la exacción es insoportable.
La clase media ya no puede mantener el nivel de vida, y se desliza imparable hacia la fosa sin fin de la proletarización, arrastrando consigo a los sectores más empobrecidos. Y eso es una bomba de tiempo. Sin ese colchón social la sociedad dominicana entra en una etapa de inestabilidad que incrementará la delincuencia, la corrupción, la búsqueda desesperada de aliciente para la reproducción de la vida material.
Nadie como Juan Bosch dedicó tantas horas de estudios y tantos análisis, para sacar a flote la particular naturaleza del segmento de clase pequeño burgués, e incluso escribió un libro “La pequeña burguesía en la historia de la República Dominicana”, y ordenó su compleja estratificación. Y ese particular interés traducía lo que habría de venir, configuraba la angustia de la que no se podía escapar, si al final de cuentas, en el partido que él estaba construyendo, justamente con pequeños burgueses, terminaba imponiéndose el señorío ideológico de este grupo caracterizado por la necesidad afanosa de ascenso social y riqueza.
Por eso su desdén por el poder del dinero, que Leonel Fernández puso en el centro de su liderazgo, y por eso advertía sobre lo que llevaba a la corrupción: “Las condiciones adecuadas para que se produzca un estado de corrupción, es darles a los que manejan dinero que no es suyo autorización para que dispongan de él cuando quieran y como quieran”,- exclamaba Juan Bosch-.
Pero eso es exactamente lo que ha ocurrido en los gobiernos de su discípulo, que la corrupción se tragó el progreso; y por lo que ahora la clase media, ese colchón social imprescindible, prefigura su ocaso.
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